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Dragón de Calderón: una crítica a la crítica

Sebastián Pérez escribe sobre Dragón, la última obra de Guillermo Calderón. Aborda además reflexiones sobre el ejercicio de criticar a propósito de la revisión de cinco críticas hechas a la última obra del dramaturgo chileno.

 

La crítica debiera tener especial cuidado con las consignas, ideas y lugares comunes que instala el marketing cultural y el periodismo respecto de las obras que cubre y promociona. Más cautela aun debiera tener en un momento donde la noción de crítica se confunde en su uso pudiendo significar prácticamente cualquier cosa.

¿Qué significa criticar hoy? Esta pregunta orienta el sentido de este texto cuyo objetivo es doble: primero hacer una crítica a la crítica sobre Dragón, la última obra de Guillermo Calderón, para luego ofrecer dos o tres puntos de referencia sobre la misma.

Entiendo que el ejercicio de hacer una suerte de “crítica a la crítica” suele ser más bien una exigencia nacida de los propios artistas cuando no están de acuerdo con la evaluación de su trabajo. Entiendo además, que no se estila hablar del trabajo de los colegas. Sin embargo, Dragón ofrece una ocasión ideal para romper el molde y discutir públicamente los parámetros y el sentido de hacer crítica.

Pues bien, a la fecha he leído cinco críticas a Dragón (al final del texto adjunto links). En todas ellas se articulan más menos las mismas ideas instaladas por la reseña de la obra, el comunicado de prensa, las entrevistas al director y al elenco, y también, el programa de mano que confecciona el Teatro UC. Esto no sería un problema si en esa articulación hubiese una distancia que permita evaluar si en la obra ocurre todo aquello que el material complementario dice que hace la obra.

Pero no es el caso. Las críticas publicadas han hecho eco más menos de las mismas cuñas confeccionadas por el periodismo, dando por hecho que suceden en la obra. Así nos enteramos que Calderón hace esta obra después del fracaso que significó no lograr la liberación de Jorge Mateluna con la obra Mateluna y que eso marcó una crisis catártica en el trabajo del dramaturgo y director. Sabemos además que en Dragón busco sanarse a través de un ejercicio que reflexiona sobre los límites del arte al tiempo que habla agudamente sobre la inmigración, etc.

El resultado es que la crítica se pliega sobre la obra dando por bueno lo que ve sin mayor desarrollo argumental. Así resulta que las actuaciones fueron “notables” o que la dirección es “interesante” porque al crítico así le pareció, sin argumentar qué es lo que vuelve notable e interesante las cosas. ¿Cómo se llegó a esa conclusión? ¿En qué se basa su criterio? ¿Cómo puede el lector discutir ese punto de vista si no se han entregado puntos de referencia que discutir? No hay respuesta.

Y sin este desarrollo argumentativo el lector tiene todo el derecho a sospechar de los intereses del crítico al momento de hacer su evaluación, sea positiva o negativa. ¿Dio por buena una obra porque es Guillermo Calderón? ¿Encontró todo bien hecho porque Dragón vino inmediatamente después de un éxito como Mateluna? ¿Se autolimita el crítico por el espacio de exhibición (TeatroUC) y en el marco contextual (Ciclo Teatro Hoy de la Fundación Teatro a Mil)?

La crítica, ejercicio reflexivo que debería entregar puntos de referencia al lector, termina generando un vacío de sentido al mismo. Precisamente para evitar estos problemas es que se emplea la argumentación. Sabemos que no es infalible, pero ir más allá de cuestiones basadas en criterios personales de gusto o en ponderaciones morales sobre lo bueno y lo malo, salva a la crítica de ser cualquier cosa.

Hacer relaciones de ideas, desmenuzar el discurso estético, político y artístico; pensar los efectos de sentido en relación al horizonte de expectativas que la propia obra crea durante su campaña de difusión, son parte las funciones básicas de la crítica. Ninguna de esas funciones implica decir si tal cosa es buena o mala, cómo se debería haber hecho o recomendar qué ver. Tampoco reseñar o volver a describir lo que ya sucede en escena.

Así las cosas, entremos en Dragón. Por cuestiones de extensión de este artículo, no describiré lo que sucede en la obra salvo cuando sea estrictamente necesario. Junto con ello, adelantaré mi evaluación para luego fundamentarla. Pues bien: esta entrega de Calderón es, tanto dramatúrgicamente como en términos de dirección, su obra más débil. Es además la obra con menos capas de profundidad estética y política, y por tanto, la más obvia discursivamente.

Dragón es una obra que busca reflexionar sobre el rol del arte, su utilidad, sus límites y su finalidad. Para ello nos muestra a un dúo de artistas -entre que visuales y performativos- que a partir de una discusión sobre su próxima acción, exhiben progresivamente sus limitaciones para resolver el problema contemporáneo de “qué hacer” con el arte.

Sumado a ello, Dragón es una obra que pretende reflexionar “agudamente” sobre la inmigración, aunque en realidad en la puesta en escena este tópico apenas se transforma en un asunto relevante a lo largo de la obra, y siempre generando la sospecha de por qué se decide hacer mención al racismo y el colonialismo europeo en África. ¿Era parte de un juego paródico para ironizar el buenismo de estos artistas preocupados por África antes que su propio contexto o es una real preocupación de la obra hacer una mención al “continente negro”?

No sería descabellado pensar la primera opción. En la trayectoria de Calderón, Dragón debe ser su obra más paródica. Y si bien el humor le da aire y hace más llevadera la obra, presenta el mismo problema que otras obras que buscan parodiar al arte y a los artistas. De hecho, la parodia acá se usa en el mismo sentido que Tratando de hacer una obra que cambie el mundo de La Resentida, aun cuando se podría afirmar que el juego paródico aquí es más sutil.

Sin embargo, como bien me hizo notar un amigo, al menos en el caso de La Resentida los dardos iban dirigidos al propio medio teatral, a su historia, a su modo de ver y operar. En Dragón, en cambio, se hace aparecer otro campo -el de las artes visuales y la performance- para mostrar a dichos artistas como sujetos desorientados que parecen haber llegado al éxito más por lógicas de circulación del mercado de la performance, que por su propia capacidad técnica e intelectual. De este modo, hacen sentir cierta desilusión respecto a las expectativas de hacer arte cuando no logran darle forma a su última acción.

Lo peligroso de esto es la imprecisión: todas estas discusiones relativas a los límites del arte, su utilidad, su fin y su contemporaneidad, han sido abordados, precisamente por las artes visuales y los estudios de performance, dos escenas con una gran carga teórica que impacta en su práctica artística. Y este es uno de los problemas centrales de la obra: ahí donde cree estar reflexionando agudamente sobre cruces y límites, en realidad está apenas rozando la superficie de una serie de asuntos que ya han sido problematizados a través de la filosofía, la estética, la teoría del arte y la propia práctica artística.

Es curioso este extravío por parte de Calderón pues una de las preguntas centrales que quiere plantear Dragón respecto del vínculo entre arte y compromiso político ya estaba en Mateluna, una obra que opera al mismo tiempo como una eficaz pieza de arte crítico (en la medida que se despliega como un dispositivo estético complejo que denuncia la realidad al tiempo que la estetiza) y como una forma de activismo artístico que no se agota ni se acaba en la mera denuncia política. Es decir, en Mateluna ya estaba la respuesta a la pregunta que ahora aparece en Dragón.

Temo que el revés judicial del caso de Jorge Mateluna haya sido la mecha para poner en duda la eficacia artística y política de la obra Mateluna. Eso es del todo entendible para quienes han estado todo este tiempo allí, en primera línea. Sin embargo, habría que insistir en la independencia de los procesos. El fracaso jurídico del caso Mateluna puede suscitar una crisis personal que cuestiona el sentido mismo de hacer arte por parte del artista, pero no pone en crisis al arte. Confundir ambas dimensiones, arte y artista, es un error.

Finalmente, si Dragón buscaba ser un espacio de reflexión sobre el arte y el teatro luego del intenso proceso que significó montar y hacer circular Mateluna, en realidad, es poco lo que entrega en términos reflexivos. Si buscaba ser un espacio de cuestionamiento sobre los límites y rol del arte, eso apenas si queda esbozado en una dramaturgia textual. ¿Dragón como mirada aguda sobre la inmigración? Definitivamente no.

Obra vista en junio de 2019.

Créditos imagen: Eugenia Paz

Críticas: El Mostrador, Culturizarte, Bío Bío, SantiTuiteros Cultura. La crítica de Pedro Labra en El Mercurio no fue revisada porque hay que pagar para poder leerla.

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.