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Chile posconstituyente: los imaginarios culturales

Enzo Dattoli Palominos escribe en Hiedra para reflexionar sobre el campo cultural del Chile «posconstituyente» y la necesidad de impugnar de base el imaginario neoliberal.

 

Enzo Dattoli Palominos
Actor, Mg. en Comunicación Social y creador de pitchformance.org

 

Las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo fueron un hito de alta tensión y sorpresa. Del derrotismo prematuro por la baja participación a la humillación en vivo del partido del orden, la progresión dramática de las jornadas fue suficiente para tener en ascuas a todo un país. Cual tragedia, la agonía de que la derecha no lograra los dos tercios dio un carácter infartante a los comicios y, aunque cada cierto rato uno que otro bufón intentaba robarse la película, esta trama era sobre todo de personajes alegóricos: la elite, los acomodaticios, la burocracia y la plebe.

Mientras el momento climático llegaba, muchos analistas abandonaban el barco y culpaban de la baja participación a la juventud, a los “no voto, me organizo” y, en tono moralizante, hasta a quienes escuchaban reggaetón, mientras uno que otro abstencionista aclaraba que siempre supo que todo esto había sido una trampa. La hora sonó y con los cómputos la realidad terminaba por lapidar los cálculos.

Finalmente las mujeres, los pueblos originarios, las disidencias sexuales, las organizaciones sociales y pobladores pudieron asistir en primera fila a presenciar lo que tristemente llaman “fiesta de la democracia”, luego de décadas de olvido e invisibilización miraban de frente a la institucionalidad. Y si bien el nivel de votación fue paupérrimo, logró romper el relato y tendencias de los 30 años del partido del orden y permitió presenciar su decadencia ¿Quién iba a imaginar que durante una semana después del hito, veríamos a una ex-concertación errática, tambaleando como un peleador noqueado en la lona y al que nadie quiere prestar auxilio? La performance farandulera, ahora silente, se saca el maquillaje de una fiesta en la que no sirvió de nada el arreglo, la fachada ni el vestuario.

Este fenómeno, enmarcado en el “no lo vimos venir”, generalmente consiste en la figuración mediática de aquellos sectores más caricaturescos del conservadurismo, la avaricia y la desigual realidad nacional que con cada declaración transitan entre el patetismo y la irritación, incentivando la producción interna de memes. Sin embargo, la risa al revisar las declaraciones de Clemente Pérez, Lucas Palacios, Alejandra Cox o Yuyuniz Navas, tiene una reverberancia, un gesto que de un momento a otro se vuelve un espejo vacío que proyecta nuestra propia imagen. De la carcajada desparramada, la broma -como dice la canción- se vuelve hacia mi ¿Qué nos diferencia de esa persona?, no solamente en términos morales (como la práctica policial tan común en redes sociales), sino que en los términos reflexivos de la acción orientada hacia la transformación, ¿Qué sentido tiene lo que produzco como trabajadora en el contexto de profunda transformación que atraviesa Chile y el mundo? Esto no difiere mucho de si vende su fuerza de trabajo a la academia, el arte o la plataforma de delivery en tanto no es una perspectiva imperativa que apunte a una sola respuesta, sino que nos permita reconocer dicha crisis de sentido como parte de nuestras vidas.

Si hay una lectura plausible, entre todos los análisis realizados los últimos días, es que los resultados de la última elección -incluyendo el abstencionismo- demuestran una irrupción. La profunda fragmentación, más allá de los bloques binarios (izquierda-derecha), evidencia visiones diversas que escapan mucho más allá de la integración neoliberal de poner banderas multicolores en los empaquetados o abrazar histéricamente lo queer para no perder seguidores, sino que más que todo, la diversidad aparece como un terreno complejo y conflictivo que asoma como una barrera infranqueable para el logro de una nueva sensibilidad política y social.

La diferencia dentro de este problema es solo la superficie, bajo esa realidad existe la disidencia, es decir que no todas las partes de ese mundo diverso están o estarán en algún momento de acuerdo y, muy probablemente, en su mayoría discrepen en varios ámbitos unas de otras, por lo que el escenario no avanza hacia la resolución, que es lo que muchas veces aparenta la unidad (como única gran acción salvadora de las luchas populares), sino que más bien hacia una posibilidad de coexistencia en la diferencia radical. Para enfrentar esta nueva cotidianidad es relevante preguntarse si como investigadores, creadores, gestores, analistas e intérpretes es posible que hayamos sido profundamente dañados por las prácticas de competencia cotidiana y laboral a la que nos habituaron los Chicago boys. ¿Es posible que el legado del “sálvese quien pueda” ideado por Brunner y compañía con la naciente concertación nos permita construir nuevas formas de vivir y comprender este nuevo ciclo? Esta reflexión nos sitúa frente al espejo vacío nuevamente, que interpela nuestras posibilidades de transformación de la cotidianidad y de sostener la vida en el contexto que hemos venido arrastrando estos años. De aquí emana la interrogante de si es posible existir en la disidencia con una política del arte, la cultura y el conocimiento que en la actualidad funciona como un embudo. Con esto no solo me refiero a los FONDART (Fondos de Cultura), los CONICYT (Ahora ANID) u otros concursos de talento que permiten sobrevivir a cientos de colegas, sino que a las prácticas cotidianas que emanan de estos pilares del modelo ¡Cómo transformar eso!

La incertidumbre del “proyectismo”, la boleta de honorarios y las mediciones de desempeño ha fraguado este sentir individual de mercado, incorporando el miedo a ser desechado, a ser irrelevante, todo esto acelerado y profundizado por la pandemia.

Más allá del necesario activismo de denuncia, lo que asoma como respuesta a la reflexión es la pregunta sobre las posibilidades de integrar en hábitos, conductas y prácticas que se han formado en el individualismo, otros repertorios que asuman lo colectivo no solo como una vociferación que habla y hay que escucharla de vez en cuando, que es más bien una perspectiva liberal (Toqcueville, José Luis Rodríguez), sino que como una declaración, una afirmación vinculante y deliberante.

En este sentido, el hito electoral y la dispersión que entrega puede ser una oportunidad para dejar la unidad monolítica en suspensión y abrazar una disidencia orgánica. Esto posiblemente es algo complejo, pero el proceso que se abre básicamente tiene el potencial de salir de la perspectiva de centrar la participación en deliberar quién habla por todas las personas, sino que hacer incidente el hablar, actuar y decidir de todas en igualdad de condiciones.

Para poder aterrizar un poco la discusión, aparece el espejismo del cabildo por ejemplo, instancia breve surgida durante el estallido y arrebatada por el virus, en la que se asomaron interesantes prácticas sociales transformadoras, tanto en los hábitos cotidianos como en la vinculación del quehacer con el discurso. La irrupción de más voces que la de los expertos, académicos, voceros y artistas pudo disponer de un set de nuevos imaginarios que permiten ejercer la disidencia desde un lugar activo y participante. En definitiva, el conocimiento, la reflexión y la experiencia estética debiesen emanciparse, por un lado de las mezquindades de quienes hemos producido influenciados por un entorno hostil, competitivo y precarizado y desde ahí, por otro lado, establecer nuevas prácticas que desplacen a la burocracia, la flexibilidad laboral y el accountability institucional (ponerse la camiseta) en miras de erradicar la cultura de libre mercado.

Productores de experiencias estéticas, de aprendizaje y conocimiento deberíamos plantearnos la pregunta más allá de la mirada, el cálculo y el análisis. La creación actualmente debiese tributar a un cuerpo social en maduración que por sobre todo necesita algo más que acumulación de papers y performances. Es necesario declarar al concluir esta reflexión que el propósito de esta crítica no es el imperativo, entendido como un “qué se debe hacer” desde la certidumbre y la sapiencia, sino que es más bien una propuesta exploratoria para poder efectivamente exorcizar al lobo de Wall Street que llevamos dentro. Aparentemente estos son tiempos de construir una cultura vinculante en donde la diversidad de miradas pueda comunicar, incidir y transformar con soberanía, crítica y colaboración.

Imagen: Francis Alÿs in collaboration with Cuauhtémoc Medina and Rafael Ortega When Faith Moves Mountains (Cuando la fe mueve montañas) Lima 2002 Private collection © Francis Alÿs Photo: Video still